Banderillero desganado. Las guedejas del sueño cubren tu ojo derecho. Te quedaste dormido con los brazos alzados, y un derrote de Dios te ha atravesado el pecho. Un piadoso pincel lavó con leves algodones de luz tu carne herida, y otra vez la apariencia de la vida a florecer sobre tu piel se atreve.
No burlaste a la muerte. No pudiste. El cuerno y el pincel, confabulados, dejaron tu derrota confirmada.
Fue una aventura absurda, bella y triste, que aún estremece a los aficionados: ¡qué cornada, Dios mío, qué cornada!