Cuando estoy en Madrid, las cucarachas de mi casa protestan porque leo por las noches. La luz no las anima a salir de sus escondrijos, y pierden de ese modo la oportunidad de pasearse por mi dormitorio, lugar hacia el que -por oscuras razones- se sienten irresistiblemente atraídas. Ahora hablan de presentar un escrito de queja al presidente de la república, y yo me pregunto: ¿en qué país se creerán que viven?; estas cucarachas no leen los periódicos.
Lo que a ellas les gusta es que yo me emborrache y baile tangos hasta la madrugada, para así practicar sin riesgo alguno su merodeo incesante y sin sentido, a ciegas por las anchas baldosas de mi alcoba.
A veces las complazco, no porque tenga en cuenta sus deseos, sino porque me siento irresistiblemente atraído, por oscuras razones, hacia ciertos lugares muy mal iluminados en los que me demoro sin plan preconcebido hasta que el sol naciente anuncia un nuevo día.
Ya de regreso en casa, cuando me cruzo por el pasillo con sus pequeños cuerpos que se evaden con torpeza y con miedo hacia las grietas sombrías donde moran, les deseo buenas noches a destiempo -pero de corazón, sinceramente-, reconociendo en mí su incertidumbre, su inoportunidad, su fotofobia, y otras muchas tendencias y actitudes que -lamento decirlo- hablan poco en favor de esos ortópteros.