Mientras yo en mi yacija como es debido yazgo arropado en las mantas y las evocaciones de días más luminosos y clementes, por no sé qué resquicio de mi ventana entra un cuchillo de frío, un gris galgo de frío que se afana en mis huesos con furia roedora.
No es de ahora, ese frío. Viene desde muy lejos: de otras calles vacías y lluviosas, de remotas estancias en penumbra pobladas sólo por suspiros, de sótanos sombríos en cuyos muros reverbera el miedo.
En un lugar distante, trizó una bala el luminoso espejo de aquel sueño, y alguien gritaba aquí, a tu lado. Amanecía.)
No. No está desajustada la ventana; la que está desquiciada es mi memoria.