Noche estrellada en aceptable uso, con pálidos reflejos y opacidad lustrosa, vieja chistera inútil en los tiempos que corren como escuálidos galgos sobre el mundo, definitivamente eres un lujo que ha pasado de moda.
Tras la fría superficie de las calles de luna, el alcanfor del sueño conserva en el almario de la ciudad oscura a los que duermen y no te verán nunca.
Yo, sin embargo, te llevo en la cabeza, vieja noche de copa, y cuando vuelvo a casa sorteando imprevisibles gatos y farolas, te levanto en un gesto final ceremonioso dedicado a tus brillos y a mi sombra, y te dejo colgada allá en lo alto -¡hasta mañana, noche!-, negra, deshabitada, misteriosa.