Súbita, inesperada, espesa nieve ciega el último oro de los bosques. Un orden nuevo y frío sucede a la opulencia del otoño. Troncos indiferentes. Silencio dilatado en muertos ecos. Sólo los cuervos protestan en voz alta, descienden a los valles y -airados e insolentes- ocupan los jardines con su ***** equipaje de plumas y graznidos. Inquietantes, incómodos, severos, desde sus altos pulpitos marchitos increpan a la tarde de noviembre que exhibe todavía entre sus galas secas la belleza impasible de una rosa.