Buscando raíces de alas la frente se le desplaza a derecha e izquierda. Y sobre el remolino de la cara se le fija, telón del más allá, comba y ancha. Una alimaña le grita en la nariz que intenta aplastársele enfurecida... Irrumpe un griego por sus ojos distantes. Un griego que sofocan de enredaderas las colinas andaluzas de sus pómulos y el valle trémulo de su boca. Salta su garganta hacia afuera pidiendo la navaja lunada de aguas filosas. Cortádsela. De norte a sud. De este a oeste. Dejad volar la cabeza, la cabeza sola, herida de ondas marinas negras... Y de caracolas de sátiro que le caen como campánulas en la cara de máscara antigua. Apagadle la voz de madera, cavernosa, arrebujada en las catacumbas nasales. Libradlo de ella, y de sus brazos dulces, y de su cuerpo terroso. Forzadle sólo, antes de lanzarlo al espacio, el arco de las cejas hasta hacerlos puentes del Atlántico, del Pacífico... Por donde los ojos, navíos extraviados, circulen sin puertos ni orillas...