-¡Afuera, afuera, Rodrigo, el soberbio castellano! Acordársete debría de aquel buen tiempo pasado que te armaron caballero en el altar de Santiago, cuando el rey fue tu padrino, tú, Rodrigo, el ahijado; mi padre te dio las armas, mi madre te dio el caballo, yo te calcé espuela de oro porque fueses más honrado; pensando casar contigo, ¡no lo quiso mi pecado!, casástete con Jimena, hija del conde Lozano; con ella hubiste dineros, conmigo hubieras estados; dejaste hija de rey por tomar la de un vasallo.
En oír esto Rodrigo volvióse mal angustiado: -¡Afuera, afuera, los míos, los de a pie y los de a caballo, pues de aquella torre mocha una vira me han tirado!, no traía el asta hierro, el corazón me ha pasado; ¡ya ningún remedio siento, sino vivir más penado!