Cantaba como un canario mi amada alegre y gentil, y danzaba al son del piano, del oboe y del violín. Y era el ruido estrepitoso de su rítmico reír, eco de áureas campanillas, són de lira de marfil, sacudidas en el aire por un loco serafín. Y eran su canto, su baile, y sus carcajadas mil, puñaladas en el pecho, puñaladas para mí, de las cuales llevo adentro la imborrable cicatriz.