Lloraba en mis brazos vestida de *****, se oía el latido de su corazón, cubríanle el cuello los rizos castaños y toda temblaba de miedo y amor. ¿Quién tuvo la culpa? La noche callada. Ya iba a despedirme. Cuando dije «¡Adiós!», Ella, sollozando, se abrazó a mi pecho bajo aquel ramaje del almendro en flor. Velaron las nubes la pida luna... Después, tristemente lloramos los dos.