Tan alegra, tan graciosa, tan apacible, tan bella... ¡Y yo que la quise tanto! ¡Dios mío, si se muriera! Envuelta en oscuros paños la pondrían bajo tierra; tendría los ojos tristes, húmeda la cabellera. Y yo, besando su boca, allá, en la tumba, con ella, sería el único esposo de aquella pálida muerta.