Una mañana de invierno hallé en el suelo, aterido, con el cuerpo todo trémulo y alas húmedas, un mirlo. «Hasta con las pobres aves caridad». Conque, cogilo, busqué rastrojo, hice lumbre y calenté el pajarito que abre los ojos, sacúdese, vuela ya libre del frío y se pierde entre las frondas de los árboles vecinos.
¡Me miraron con horror en mi pueblo! ¡Si se dijo que yo pasaba mis ocios asando pájaros vivos!...