Voy a confiarte, amada, uno de los secretos que más me martirizan. Es el caso que a las veces mi ceño tiene en un punto un mismo de cólera y esplín los fruncimientos. O callo como un mudo, o charlo como un necio, suplicando el discurso de burlas, carcajadas y dicterios. ¿Que me miran? Agravio. ¿Me han hablado? Zahiero. Medio loco de atar, medio sonámbulo, con mi poco de cuerdo. ¡Cómo bailan, en ronda y remolino, por las cuatro paredes del cerebro repicando a compás sus consonantes, mil endiablados versos que imitan, en sus cláusulas y ritmos, las músicas macabras de los muertos! ¡Y cómo se atropellan, para saltar a un tiempo, las estrofas sombrías, de vocablos sangrientos que me suele enseñar la musa pálida, la triste musa de los días negros! Yo soy así. ¡Qué se hace! ¡Boberías de soñador neurótico y enfermo! ¿Quieres saber acaso la causa del misterio? Una estatua de carne me envenenó la vida con sus besos. Y tenía tus labios, lindos, rojos y tenía tus ojos, grandes, bellos...