Arder sin voz de estrépito doliente no puede el tronco duro inanimado; el robre se lamenta, y, abrasado, el pino gime al fuego, que no siente. ¿Y ordenas, Floris, que en tu llama ardiente quede en muda ceniza desatado mi corazón sensible y animado, víctima de tus aras obediente? Concédame tu fuego lo que al pino y al robre les concede voraz llama: piedad cabe en incendio que es divino. Del volcán que en mis venas se derrama, diga su ardor el llanto que fulmino; mas no le sepa de mi voz la Fama.