¿Cuándo seré infeliz sin mi gemido? ¿Cuándo sin el ajeno fortunado? El desprecio me sigue desdeñado; la invidia, en dignidad constituido. U del bien u del mal vivo ofendido; y es ya tan insolente mi pecado, que, por no confesarme castigado, acusa a Dios con llanto inadvertido. Temo la muerte, que mi miedo afea; amo la vida, con saber es muerte: tan ciega noche el seso me rodea. Si el hombre es flaco y la ambición es fuerte, caudal que en desengaños no se emplea, cuanto se aumenta, Caridón, se vierte.