El que vivo enseñó, difunto mueve, y el silencio predica en él difunto: en este polvo mira y llora junto la vista cuanto al púlpito le debe. Sagrado y dulce, el coro de las nueve enmudece en su voz el contrapunto: faltó la admiración a todo asunto, y el fénix que en su pluma se renueve. Señas te doy del docto y admirable Hortensio, tales, que callar pudiera el nombre religioso y venerable. La Muerte aventurara, si le oyera, a perder el blasón de inexorable, y si no fuera sorda, le perdiera.