Tú, ya, ¡oh ministro!, afirma tu cuidado en no injuriar al mísero y al fuerte; cuando les quites oro y plata, advierte que les dejas el hierro acicalado. Dejas espada y lanza al desdichado, y poder y razón para vencerte; no sabe pueblo ayuno temer muerte; armas quedan al pueblo despojado. Quien ve su perdición cierta, aborrece, más que su perdición, la causa della; y ésta, no aquélla, es más quien le enfurece. Arma su desnudez y su querella con desesperación, cuando le ofrece venganza del rigor quien le atropella.