¡Que llegue a tanto ya la maldad mía! Aun Tú te espantarás, que tanto sabes, eterno Autor del día, en cuya voluntad están las llaves del cielo y de la tierra. Como que, porque sé por experiencia de la mucha clemencia que en tu pecho se encierra, que ayudas a cualquier necesitado, tan ciego estoy a mi mortal enredo, que no te oso llamar, Señor, de miedo de que querrás sacarme de pecado. ¡Oh baja servidumbre: que quiero que me queme y no me alumbre la Luz que la da a todos! ¡Gran cautiverio es éste en que me veo! ¡Peligrosa batalla mi voluntad me ofrece de mil modos! No espero libertad, ni la deseo, de miedo de alcanzalla. ¿Cuál infierno, Señor, mi Alma espera mayor que aquesta sujeción tan fiera?