Por ti, por ti, clamaba cuando surgiste, infernal arquetipo, del hondo Erebo, con tus neutros encantos, tu faz de efebo, tus senos pectorales, y a mí viniste.
Sombra y luz, yema y polen a un tiempo fuiste, despertando en las almas el crimen nuevo, ya con virilidades de dios mancebo, ya con mustios halagos de mujer triste.
Yo te amé porque, a trueque de ingenuas gracias, tenías las supremas aristocracias: sangre azul, alma huraña, vientre infecundo;
porque sabías mucho y amabas poco, y eras síntesis rara de un siglo loco y floración malsana de un viejo mundo.