¡Bendita seas, Francia, porque me diste amor! En tu París inmenso y cordial, encontré para mi cuerpo abrigo, para mi alma fulgor, para mis ideales el ambiente mejor ...¡y, además, una dulce francesa que adoré!
Por esa mujer noble, tuyo es, Francia querida, mi reconocimiento; pues que, merced a ella, tuve todos los bienes: ¡el gusto por la vida, la intimidad celeste, la ternura escondida, y la luz de la lámpara y la luz de la estrella!
Yo no sé qué demiurgo la substrajo a mi anhelo tras una amputación repentina y crüel, y ya tú sola, Francia, puedes darme consuelo: con un refugio amigo para llorar mi duelo, tu maternal regazo para verter mi hiel, la sombra de algún árbol en tu florido suelo ...¡y acaso, en tus colmenas, una gota de miel!