Santa florecita, celestial renuevo, que hiciste mi alma una primavera, y cuyo perfume para siempre llevo: ¿Cuándo en mi camino te hallaré de nuevo? -¡Cuándo Dios lo quiera, cuando Dios lo quiera!
-¡Qué abismo tan hondo! ¡Qué brazo tan fuerte desunirnos pudo de tan cruel manera! Mas ¡qué importa! Todo lo salva la muerte y en otra ribera volveré yo a verte... ¡En otra ribera..., sí! ¡Cuando Dios quiera!
Corazón herido, corazón doliente, mutilada entraña: si tan tuya era (carne de tu carne, mente de tu mente, hueso de tus huesos), necesariamente has de recobrarla... -¡Sí, cuando Dios quiera!