¡Cuántos desiertos interiores! Heme aquí joven, fuerte aún, y con mi heredad ya sin flores. Némesis sopló en mis alcores con bocanadas de simún.
De un gran querer, noble y fecundo, sólo una trenza me quedó... ¡y un hueco más grande que el mundo! Obra fue todo de un segundo. ¿Volveré a amar? ¡Pienso que no!
Sólo una vez se ama en la vida a una mujer como yo amé; y si la lloramos perdida queda el alma tan malherida que dice a todo: "¡Para qué!"
Su muerte fue mi premoriencia, pues que su vida era razón de ser de toda mi existencia. Pensarla es ya mi sola ciencia... ¡Resignación! ¡Resignación!