Yo soñé con un beso, con un beso postrero en la lívida boca del Señor solitario que desgarra sus carnes sobre el tosco madero en el nicho más íntimo del vetusto santuario.
Cuando invaden las sombras el tranquilo crucero, parpadea la llama de la luz del sagrario, y agitando en el puño su herrumbroso llavero, se dirige a las puertas del recinto el ostiario.
Con un beso infinito, cual los besos voraces que se dan los amados en la noche de bodas, enredando sus cuerpos como lianas tenaces...
Con un beso que fuera mi palladium bendito para todas las ansias de mi ser, para todas las caricias bermejas que me ofrece el delito.