Mi alma es una princesa en su torre metida, con cinco ventanitas para mirar la vida. Es una triste diosa que el cuerpo aprisionó. Y tu alma, que desde antes de morirte volaba, es un ala magnífica, libre de toda traba... Tú no eres el fantasma: ¡el fantasma soy yo!
¡Qué entiendo de las cosas! Las cosas se me ofrecen, no como son de suyo, sino como aparecen a los cinco sentidos con que Dios limitó mi sensorio grosero, mi percepción menguada. Tú lo sabes hoy todo...; ¡yo, en cambio, no sé nada! Tú no eres el fantasma: ¡el fantasma soy yo!