Eres uno con Dios, porque le amas. ¡Tu pequeñez qué importa y tu miseria, eres uno con Dios, porque le amas! Le buscaste en los libros, le buscaste en los templos, le buscaste en los astros, y un día el corazón te dijo, trémulo: «aquí está», y desde entonces ya sois uno, ya sois uno los dos, porque le amas. No podrían separaros ni el placer de la vida ni el dolor de la muerte. En el placer has de mirar su rostro, en el dolor has de mirar su rostro, en vida y muerte has de mirar su rostro. «¡Dios!» dirás en los besos, dirás «Dios» en los cantos, dirás «¡Dios!» en los ayes. Y comprendiendo al fin que es ilusorio todo pecado (como toda vida), y que nada de Él puede separarte, uno con Dios te sentirás por siempre: uno solo con Dios, porque le amas.