¡No te amaré! Muriera de sonrojos antes bien, yo que fui cantar maldito de blancas hostias y de nimbos rojos; yo que sólo he alentado los antojos de un connubio inmortal con lo infinito.
¡No te amaré! Mi espíritu atesora el perfume sutil de otras edades de realeza y de fe consoladora, y ese noble perfume se evapora al beso de mezquinas liviandades.
Mi mundo no eres tú: fueron los priores militantes, caudillos de sus greyes; el mundo en que, magníficos señores, fulminaron los Papas triunfadores su anatema fatal contra los reyes.
Fue la etapa viril en que se cruza, con Bayardo que esgrime su tizona, Escot que sus dialécticas aguza: la edad en que la negra caperuza forjaba el silogismo en la Sorbona.
Y no sé de pasión, y me contrista vibrar la lira del amor precario. ¡Sólo brotan mis versos de amatista al beso de Daniel, el simbolista, y al ósculo de Juan, el visionario!