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La dejé marcharse sola...
y, sin embargo, tenía
para evitar mi agonía
la piedad de una pistola.
"¿Por qué no morir? -pensé-.
¿Por qué no librarme desta
tortura? ¿Ya qué me resta
despúés que ella se me fue?"

Pero el resabio cristiano
me insinuó con voces graves:
«¡Pobre necio, tú que sabes!»
Y paralizó mi mano.

Tuve miedo..., es la verdad;
miedo, sí, de ya no verla,
miedo inmenso de perderla
por toda una eternidad.

Y preferí, no vivir,
que no es vida la presente,
sino acabar lentamente,
lentamente, de morir.
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   - JP DeVille
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