La muerte nada quiere con los tristes. Subrepticia y astuta, aguarda a que riamos para abrirnos la tumba y, con su dedo trágico, de pronto señalarnos la húmeda oquedad, y empujarnos brutalmente hacia su infecta hondura.
Mas yo tengo tal gana de que venga, que voy a ser feliz para que acuda, para que sea mi reír señuelo, y ella caiga en la trampa de venturas ruidosas, que en el fondo son tristezas...
¿La engañaré? ¡Quizá, si tú me ayudas desde la eternidad, oh inmarcesible amada, oh novia única, cuyos besos de sombra he de reconquistar, pese a la Enjuta que te mató a mansalva hace once meses, dejando a un infeliz por siempre a obscuras!