¡Seis meses ya de muerta! Y en vano he pretendido un beso, una palabra, un hálito, un sonido... y, a pesar de mi fe, cada día evidencio que detrás de la tumba ya no hay más que silencio...
Si yo me hubiese muerto, ¡qué mar, qué cataclismos, qué vórtices, qué nieblas, qué cimas ni qué abismos burlaran mi deseo febril y omnipotente de venir por las noches a besarte en la frente, de bajar, con la luz de un astro zahorí, a decirte al oído: "¡No te olvides de mí!"
Y tú, que me querías tal vez más que te amé, callas inexorable, de suerte que no sé sino dudar de todo, del alma, del destino, ¡y ponerme a llorar en medio del camino! Pues con desolación infinita evidencio que detrás de la tumba ya no hay más que silencio...