Caídos sí, no muertos, ya postrados titanes, están los hombres de resuelto pecho sobre las más gloriosas sepulturas: las eras de las hierbas y los panes, el frondoso barbecho, las trincheras oscuras.
Siempre serán famosas estas sangres cubiertas de abriles y de mayos, que hacen vibrar las dilatadas fosas con su vigor que se decide en rayos.
Han muerto como mueren los leones: peleando y rugiendo, espumosa la boca de canciones, de ímpetu las cabezas y las venas de estruendo.
Héroes a borbotones, no han conocido el rostro a la derrota, y victoriosamente sonriendo se han desplomado en la besana umbría, sobre el cimiento errante de la bota y el firmamento de la gallardía.
Una gota de pura valentía vale más que un océano cobarde.
Bajo el gran resplandor de un mediodía sin mañana y sin tarde, unos caballos que parecen claros, aunque son tenebrosos y funestos, se llevan a estos hombres vestidos de disparos a sus inacabables y entretejidos puestos.
No hay nada ***** en estas muertes claras. Pasiones y tambores detengan los sollozos. Mirad, madres y novias, sus transparentes caras: la juventud verdea para siempre en sus bozos.