«Me quedaré en España compañero», me dijiste con gesto enamorado. Y al fin sin tu edificio trotante de guerrero en la hierba de España te has quedado.
Nadie llora a tu lado: desde el soldado al duro comandante, todos te ven, te cercan y te atienden con ojos de granito amenazante, con cejas incendiadas que todo el cielo encienden.
Valentín el volcán, que si llora algún día será con unas lágrimas de hierro, se viste emocionado de alegría para robustecer el río de tu entierro.
Como el yunque que pierde su martillo, Manuel Moral se calla colérico y sencillo.
Y hay muchos capitanes y muchos comisarios quitándote pedazos de metralla, poniéndote trofeos funerarios.
Ya no hablarás de vivos y de muertos, ya disfrutas la muerte del héroe, ya la vida que no te verá en las calles ni en los puertos pasar como una ráfaga garrida.
Pablo de la Torriente, has quedado en España y en mi alma caído: nunca se pondrá el sol sobre tu frente, heredará tu altura la montaña y tu valor el toro del bramido.
De una forma vestida de preclara has perdido las plumas y los besos, con el sol español puesto en la cara y el de Cuba en los huesos.
Pasad ante el cubano generoso, hombres de su Brigada, con el fusil furioso, las botas iracundas y la mano crispada.
Miradlo sonriendo a los terrones y exigiendo venganza bajo sus dientes mudos a nuestros más floridos batallones y a sus varones como rayos rudos.
Ante Pablo los días se abstienen ya y no andan. No temáis que se extinga su sangre sin objeto, porque éste es de los muertos que crecen y se agrandan aunque el tiempo devaste su gigante esqueleto.