Inventaba un país con tanto amor que estalló en el invento. Ahora se lo ve en los circos que pobrean, los cerdos neblinosos, los escondidos en un palo. Estaba untado de almas y abrigaba las cenizas de un soplo que le escarbaba una mujer.
La claridad de sus migajas ulceraba a los engaños conversos. Gritaba "¡muera, muera!" a su espanto reunido. La sufridera le agachaba los buitres que supo conseguir. Tenía deseos y sarna de canario. Ardía en un fuego que nadie concibió y no hacía tierra ni cielo con la mano.