La respiración del lenguaje establece la sucesión de miserables morales. Los otros, ya se sabe: sus silencios no cierran nunca y dan vuelta la esquina con bocas que no sueñan. Los morales, legales y dudosos, hablan pesadillas sin fin. El distraído pide algo que no haga pensar. En la distancia entre él y él mismo suceden desgracias de la lengua.