Va a sus versos como quien va a su cueva. Penélope nunca le tejerá un pullóver y menos se lo destejerá. Él no tiene urgencias argivas. Los amores de Príamo y Arisbe lo tienen sin cuidado y aun así escucha címbalos y otras aventuras aéreas como un destiempo, un deslugar. La luz de las estrellas lo toca por ajena casualidad del universo. De él caen hojas secas que contempla con estupor. Está desnudo y tiembla. No hay justicia afuera y él busca lo que no es.