Al comenzar la escalera Del castillo solariego, Se ve una estatua de mármol De hermoso y turgente seno, De líneas y formas puras, De ensortijado cabello, Y labios donde parece Que están dormidos los besos.
Tostado por los ardientes Soles del África, un *****, Cuando declina la tarde A la estatua llega trémulo, Y clava en ella los ojos, En donde hierve el deseo; Enajenado la abraza, Y los labios contrayendo Lleva las crispadas manos, Como en delirio a su pecho.
¡Cuántas veces cuando a solas Lloro en mis noches sin sueño, Tus desdenes, tus traiciones, Y arde en mi alma el infierno De un amor sin esperanza Y la fiebre de los celos, Viene a la memoria mía; ***** y trágico el recuerdo, De aquel corazón de mármol, De aquel corazón de fuego!