Un dominico pasa bajo la luz radiante Del sol, negros los ojos y pálido el semblante; Atmósfera de claustro circundarlo parece, Pero en él una llama de juventud florece; Sobre el labio, áureo vello, y en la austera mirada, De todo lo terreno por siempre desligada. Un resplandor extraño que fulge y que se aleja.
El fraile solitario sigue por la calleja, En tanto que en los huertos cercanos, los rosales, Movidos por el soplo de auras primaverales, Van llenando el ambiente de aromas y rumores, Porque estamos en Roma y en el mes de las flores.
El asceta, de súbito, siente un extraño asombro y tiembla, cuando el viento deshójale en el hombro Una rosa. Dirige después honda mirada. Casi humana, a los pétalos de la flor deshojada. Que al soplo de la brisa bajan con raudo giro Por el hábito blanco; lanza luego un suspiro; Enjúgase la frente con mano temblorosa. y sacude hacia el suelo los pétalos de rosa.