Antes, atravesando bosques y torrenteras, el salvaje rebaño de Centauros corría; la luz sobre sus lomos a la sombra se unía, y mezclaban sus crines a nuestras cabelleras.
Hoy la yerba arrasamos que florece en las eras, y la oquedad que obstruye la zarza está vacía; y a veces, en la calma de la noche sombría, tiemblo al oír lejano relincho en las praderas.
Porque al correr del tiempo, el linaje ha mermado de los hijos robustos que la Nube ha engendrado. Ya no nos busca, y sigue tras la Mujer sin tregua.
Su celo nos repugna si su celo nos llama; nuestro grito amoroso es relincho, y su brama, al cubrirnos ardiente, sólo abraza a la yegua.