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Aprisa ¡oh tú que vives! mueve tu paso lento
en las yerbas que cubren mi ceniza olvidada,
y no huelles las flores que ornen mi tumba helada
donde la verde yedra y hormigas subir siento.

¿Oyes? Cruza el arrullo de una paloma el viento,
que no sea en la piedra de mi tumba inmolada!
Si serme grato quieres, ¡que vuelva a su nidada!
Es tan dulce la vicia, y es el morir tormento...

¿No sabes? Bajo el mirlo que enguirnalda mi puerta
con mi nupcial corona, triste doblé la frente.
Del amor, cerca y lejos, ¡esposa y virgen, muerta!

He cerrado los ojos a luz esplendorosa,
y ahora sin consuelo, ya habito eternamente
del implacable Érebo la noche tenebrosa.
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