Moría lentamente la tarde y fatigado, De una encina a la sombra, se hallaba Adán sentado. Rumiaban los rebaños en los verdes boscajes, Y las nubes se orlaban de vividos celajes.
Adán, ya su trabajo del día concluido, Pensando en el misterio de lo desconocido, Y triste, como en éxtasis, iba siguiendo el vuelo De las aves errantes por la extensión del cielo; Y al ver del infinito, radiante, azul, el manto, Do asomaban estrellas, brotó a sus ojos llanto.
«¡Dios mío!» dijo entonces, y era su voz reproche: «¿Por qué no tengo alas? Yo quiero de la noche Atravesar las sombras; quiero ese mar profundo De brumas y de nubes que flota sobre el mundo Cruzar en raudo vuelo, y antes de que la muerte Venga a cerrar mis ojos, entre tu gloria verte. La vida así sería menos amarga y triste».
Y Dios repuso entonces: «Tendrás lo que pediste. ¿Sufres porque no tienes alas y porque ansias alzarte de la tierra y oír las armonías Celestes, en esferas de luz y eterna calma? Mortal: para que vueles, alas daré a tu alma».
Desde entonces sus alas el Pensamiento tiende A regiones ignotas do el Ideal esplende, A mundos que en sus sueños forjó la Fantasía... Y así Dios, una tarde, creó la Poesía.