Cuando libre vivía con los hermanos míos, y el bien y el mal, como ellos, ignoraba yo ufano, los Montes de Tesalia me vieron soberano, y piel y crin lavaba en los torrentes fríos.
Así crecí dichoso, con ímpetus bravíos, y a veces, esparcido por valle, bosque y llano, el olor de las yeguas del Epiro cercano inquietaba mis sueños, mi carrera o mis bríos.
Mas desde el día triste en que vi que la Esposa le sonreía a Hércules, en ella reclinado, se me erizan las crines y el deseo me acosa;
porque un Dios, y maldito siempre sea su nombre, en la sangre que anima mis venas, ha mezclado la brama del caballo con el amor del hombre.