Dame, pálido monje solitario, El sayal que te cubre y tu cilicio; Dame tu crucifijo y tu rosario Y tu desnuda celda, del bullicio Mundano lejos y su pompa vana, Desde donde al través de la ventana Que se abre al sol y a la vivaz llanura, Miras, en la elación de tus anhelos, De las trémulas frondas la verdura Y las dulces sonrisas de los cielos.
Dame tus alboradas, que de oro Tiñen y de carmín la lejanía. Y el éxtasis profundo de la pía Salmodia de los monjes en el coro; De tus tranquilos claustros el misterio Dame y la honda paz del mediodía, Cuando sobre el callado monasterio, Que enorme y blanco se alza en la llanura, A torrentes el sol su luz envía, Y en tu celda hay silencio y hay frescura.
Dame tus noches de quietud y calma, Y la tristeza donde toma el vuelo La oración que del alma sube al cielo, Y trae bendiciones para el alma. Pero, si tanto puedes, yo te pido Un don mayor, cuanto en mi vida anhelo: Hermano, pide para mí el olvido.