Un Cónsul muerto; el otro fugitivo. El deshielo Hincha el río, y cadáveres arrastra la corriente. Sobre el Capitolino baja rayo furente; El bronce suda, y rojo relampaguea el cielo.
En vano el Gran Pontífice, dos veces en su duelo Consultó a la Sibila con súplica ferviente, Y con largos sollozos la atribulada gente Consterna a Roma, llena de horror y desconsuelo.
Hacia los altos muros la multitud corría, Plebe, esclavos, mujeres, niños, cuanto surgía De Suburra y la ergástula, con lloroso semblante,
Temiendo que surgiera sobre el monte desierto, Donde el sol era un ojo de sangre, el jefe tuerto Erguido sobre el lomo del Gétulo elefante.