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Dondequiera la veo, y aun junto al ara pía;
me llama hacia sus brazos y me habla en dulce acento.
oh madre en cuyo seno di mi primer aliento,
y oh padre ¿de execrable raza yo nacería?

El vengador Eumólpido, en Samotracia un día,
hacia el umbral, su manto no sacudió sangriento,
ya mi pesar alójeme rendido, el paso lento.
Ya los perros sagrados oigo en la huella mía.

Odiándome en mi fuga, siento siempre el sombrío
sortilegio, y la cólera que avanza en torno mío,
la cólera celeste, con su siniestro encanto;

porque han hecho los dioses dardos irresistibles
de su boca embriagante y sus ojos terribles,
para vencerme, en forma de besos y de llanto.
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