Ebrios de sangre y crímenes, en turba jadeante Suben en fuga al monte que esconde su guarida; Cerca la muerte llevan en su veloz huida, Y de león perciben un acre olor distante.
Raudos salvan, hollando la Hidra amenazante, Torrentes y barrancos, riscos y roca hendida, Y ya, cortando él cielo, se alza la cumbre erguida Del Pelión, de la Osa, o el Olimpo radiante.
De pronto un fugitivo se encabrita; atrás lanza Una mirada; asústase; vuelve a mirar, y en tanto Corre, y de un salto sólo sobre el rebaño avanza,
Porque ha visto a la luna, y en su terror se asombra, Alargar detrás de ellos, como supremo espanto, El horror gigantesco de la Herculana sombra.