Es un agreste valle, cerca del mar Euxino. Sobre un azul remanso tiende un laurel sus frondas. La Ninfa, asida a un gajo, se inclina hacia las ondas, Y el pie moja en el agua del raudal cristalino.
Sus compañeras, rápidas, en impudor divino En la corriente se hunden, y aparecen, redondas Formas en las espumas, y cabelleras blondas, Un muslo, níveos brazos, o un seno alabastrino.
Alegría divina del bosque se levanta. Iluminan la sombra dos ojos encendidos. ¡El Sátiro que llega!... Su risa las espanta;
Y huyen… De azul crepúsculo bajo radiante velo... Así, cuando se oyen de un cuervo los graznidos, Los Cisnes del Caístro tienden el raudo vuelo.