Fue en los días sombríos en que la patria, muerta Parecía en su senda de sangre y amargura... El prisionero duerme junto. La noche fría, oscura. Los centinelas todos pasan la voz de alerta.
Ella, amor de su vida, logra entrar; lo despierta; «¡Aquí la muerte. Parte!» le dicen con dulzura; Y ante ruegos y llanto cambió de vestidura. Ella quedó de hinojos, y él libre halló la puerta.
Pero al verse en la calle, con femenil vestido, Él, fiero en los combates, que siempre con la espada En alto, se abrió paso, sintiose envilecido;
Y en el instante mismo volvió al cuartel. Al día Siguiente, su cabeza, lívida, ensangrentada, En escarpia de hierro la multitud veía.