En el ártico mar, bajo la grave,
fría techumbre del borrado cielo,
rota la proa, yace antigua nave,
prisionera entre témpanos de hielo.
A do vayan inquietas las miradas
en esa soledad do el hielo impera,
tan solo ven llanuras desoladas,
rocas de hielo... hielo donde quiera.
Entre las sombras de la noche bruma,
Del horizonte en el confín distante;
turbio aparece el sol, fosca la luna,
y en el cielo se ven solo un instante.
De la llanura en la extensión inerte
jamás de vida palpitó un aliento,
y no flota en la calma de esa muerte,
sobre ese horror, ni voz ni movimiento.
Antes de que sus flancos destrozados
fueran allá donde la nave mora,
de los rugientes mares dilatados
todas las playas conoció su prora.
De las hijas del viento en compañía
la vio del ecuador el cielo urgente,
y cruzó con gallarda bizarría
los mares todos, desde Ocaso a Oriente.
Vió la boca del Ganges; el distante
Cabo de la Esperanza; surcó el seno
del Mar de las Antillas resonante,
y su bandera recorrió el Tirreno.
Era su nombre PORVENIR; su vida
fue el libre y ancho mar; y yace ahora
por témpanos de hielo detenida,
e inmóvil yace su volante prora.
Los años pasan. Desde el turbio Oriente
la mira un sol de luz amortiguada,
y una luna sin brillo... y lentamente
la nave se deshace abandonada.
Ya derribó los mástiles el noto;
la quilla, entre los hielos, yace endida;
se hunde el puente... el timón está roto,
y cayó al mar el ancla desprendida.
¡Arriba, el cielo tenebroso y frío
y el desierto en redor, mudo y sombrío!