En el campo de trigo, entre amapolas Y altas espigas el soldado yace. No lo han hallado aún sus compañeros, Y solo expira, pálido y exangüe.
Dos días hace que cayó. Los cuervos Graznando rompen la quietud del aire, Y con ojos vidriosos ve el soldado De sus heridas destilar la sangre.
Febril, en su combate con la muerte, Y devorado por la sed y el hambre, Trata de erguirse con supremo esfuerzo, Y otra vez dobla la cabeza exánime.
Y mientras que sus ojos, que se extinguen, Ven del cielo los pálidos celajes, Sueña, y su último sueño se ilumina Con radiosas visiones inefables...
En el áureo trigal brillan las hoces, Y a la luz del crepúsculo radiante, Mientras la voz del Ángelus parece Que se extiende en los ámbitos del valle,
Vuelve su aldea a ver, la amada aldea, Con la infinita paz de sus hogares... ¡Adiós, oh Patria, adiós!... y el alma rinde Mientras se borra en el azul la tarde.