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En el Palacio Virreinal, un día
Bordando estaba, al lado de su dueña,
El blando velo de un altar, risueña,
La hija del Virrey, doña Mencía.

Y el doncel don Beltrán, señor de Chía,
De Cajicá y Sopó, como quien sueña
Miraba en la almohadilla de estameña
Que un alfiler y otro alfiler hundía.

Y temiendo el enojo de su orgullo,
Le dijo don Beltrán con voz, de arrullo:
«¡Cuántos quisieran ser vuestro acerico!»...

Dejó el bordado, se encendió en sonrojos,
Y un fulgor de relámpago en sus ojos
Pudorosa escondió tras su abanico.
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