Fresco el aire. La tarde brilla en cielos rosados. Ya el tábano al tranquilo rebaño no amedrenta. Sobre el Othrys, la sombra se va alargando lenta. Quédate, mensajero de los Dioses amados.
Mientras que bebes leche, tus ojos extasiados verán, desde mi choza, con la mirada atenta, del Tinfresta al Olimpo, la Tesalia opulenta, y en el azul distante sus gloriosos collados.
Ve el mar y ve la Eubea, y rojo en el Poniente el Calidromo oscuro y el Eta, donde ardiente hizo Hércules su hoguera y su altar bajo el cielo.
Y lejos, entre gasa luminosa, el Parnaso, donde rendido para, ya de noche, su vuelo, y otra vez, a la aurora, se remonta Pegaso.