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Llamaba a misa el esquilón lejano;
En el valle, la aldea sonreía;
Galopábamos ambos por el llano;
El sol radiante, y sonrosado el día.

«¡Corre!» gritaba; «quiero ver al Cura,
A confesarme voy antes de misa».
Y sonaba su voz como agua pura,
Y galopaba aprisa, y más aprisa.

Y recibió su labio el pan bendito
Alzando al cielo los azules ojos
En mudo ruego, el ademán contrito,
Y en la mejilla púdicos sonrojos.

Y le dije: «¿De qué te confesaste,
De engaño o burla, de traición o ira?»
Y vivaz respondió: «¿Ya lo olvidaste?...
Te hice anoche llorar, y era mentira».
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